Un repaso por la vida y obra del más
célebre de los cantores de tango, a ochenta años de su muerte en Medellín. Su
infancia, sus primeros pasos en la música, la fama internacional, el cine y los
homenajes de hoy.
Ninguna otra figura del tango
concitó un interés comparable, ninguna dio lugar a tantas y tan exhaustivas
investigaciones. Sin embargo (o tal vez por eso) ni los datos de filiación de
Carlos Gardel ni las circunstancias que rodearon su muerte espantosa parecen
discusiones agotadas. Y cada episodio de una vida indudablemente heroica -en la
concepción aristotélica del héroe- aparece en la memoria colectiva patinado por
el cruce de datos efectivos con licencias ficcionales, el eco de testimonios
más y menos fidedignos –con frecuencia, intermediados– y la construcción de un
ideal tan absoluto que, a veces, ni siquiera apela a los genuinos atributos
artísticos, formidables, que le dieron origen, en su febril exaltación del
ídolo.
Biógrafos como el británico Simon Collier
–autor de una sobriedad modélica– o Julián y Osvaldo Barsky –cuya monumental
enciclopedia apareció en 2004–, entre otros estudiosos, contribuyeron a
“desmalezar” el relato.
Una placa colocada en el hospital Saint Joseph
de la Grave, de la ciudad francesa de Toulouse, recuerda el nacimiento de
Charles Romuald Gardes en la “Ville Rose”, el 11 de diciembre de 1890. Berthe Gardes y su pequeño hijo Charles
-que sería fruto de una relación nunca formalizada con Paul Lasserre- llegaron
a Buenos Aires en 1893 y se instalaron en una pieza de conventillo en la calle
Uruguay 162, cerca del taller en el que Berthe comenzaría a trabajar como
planchadora, y de la pensión de Corrientes 1553 a la que se mudarían más tarde.
La proximidad de los teatros, donde el pequeño Carlitos solía ir a entregar
ropa planchada, le valió muy temprano cierta familiaridad con el medio
artístico, que acrecentó como integrante de la claque del pintoresco Luis
“Patasanta” Ghiglione, su pasaporte al mundo de la zarzuela y la ópera.
Carlitos gana fama cantando en el vecindario,
se deja oír por la calle, otro de sus grandes polos de atracción. De 1905 a
1910, su rastro se pierde entre datos fragmentarios o inexistentes. En vísperas
del Centenario, el Café O’Rondeman retribuye sus interpretaciones criollas con
buenos platos de comida y suculentas propinas, obtenidas mediante una “rifa a
beneficio del cantor” que promueve el propietario del local y su protector,
“Gigio” Traverso, que es también su nexo con los comités políticos.
Ya echó ancla en el Abasto, escenario de su
encuentro decisivo con José Razzano. La “topada” se produce en 1911, en una
casa de la calle Guardia Vieja: el oriental canta una cifra, Entre colores, y Gardel
un estilo, El sueño. El dúo
Gardel-Razzano nace formalmente a fines de 1913, al debutar en el Armenonville.
Gardel ya había grabado discos -un puñado de estilos acompañado por su propia
guitarra- y seguía siendo un muchacho indisciplinado, según sugiere el pedido
formulado por su madre en dependencia policial: “como desde el domingo que fue
a las carreras no ha vuelto al hogar, pide a esta oficina que averigüe si le ha
acaecido algún accidente o si estuviese detenido”.
Durante los años que siguieron, el dúo
desplegó su cancionero criollo en escenarios porteños y en giras. En agosto de
1915, a bordo del buque Santa Isabel, rumbo a Brasil, coincidieron con el
célebre tenor italiano Enrico Caruso, que los escuchó cantar y reparó en “la
bella voce del morettino” (el morochito). Algunos años después, Gardel comenzó
a tomar clases de canto lírico con Eduardo Bonessi, quien recordaba al alumno
“inteligente y dócil, de modo que no le costó mucho sacar su verdadera voz, la
de un barítono brillante, poco común, sobre todo en calidad de timbre y
temperamento”. El maestro le prescribió a Razzano un inhalante, “el inhalante
Bonessi registrado en el Ministerio de Salud Pública”, que Gardel también
comenzó a utilizar y que reponía puntualmente reclamándole: “Maestro, deme la
papa”.
Más que un punto de inflexión en la
trayectoria del cantor, su grabación del tango Mi noche triste, con
acompañamiento del guitarrista José Ricardo, es el gesto fundante de un género
íntegro. Con los versos de Pascual Contursi sobre música de Samuel Castriota,
Gardel inaugura el tango-canción de carácter sentimental que hoy conocemos, por
contraposición a la tradición del pícaro tango criollo.
Corre 1917, es también el año de las primeras
grabaciones de Gardel-Razzano, pero ya es inexorable el fin de una era, a la
que de algún modo el dúo seguirá perteneciendo como expresión residual,
mientras el Gardel solista proyecta un estilo y un repertorio en el que cada
vez dominarán más los tangos -aunque no abandone nunca la canción criolla-.
Tras la disolución del dúo, en 1925, Razzano
permanece un buen tiempo en un entorno en el que circularán, en diferentes
períodos, y entre otros, los guitarristas Guillermo Barbieri, José María
“Indio” Aguilar, Ángel Domingo Riverol, Horacio Pettorossi; la novia, Isabel
del Valle; Armando Defino, su hombre de confianza. El papel de Razzano, según
el cronista de la Revista Atlántida (24 de abril de 1930): “Gardel, el bueno,
es un niño grande (…) La antesala de Gardel es Razzano, porque Gardel es un
niño y necesita niñera...”
En el plano artístico, el talento de Gardel no
precisa ni admite tutorías: no sólo determina su propio rumbo, sino que además
arrastra con él a toda su época, a la que se anticipa de modo sistemático.
Detecta la inspiración flamante de Celedonio Flores y de Enrique Cadícamo;
juega un rol determinante en la difusión de Discépolo; es “el Mago” que
transforma lo que toca. A la radio y las presentaciones en vivo, suma el cine
con una visión asombrosa, en una serie de videoclips avant la
lettredirigidos por Eduardo Morera en 1930.
Ya era “la vedette créole” que había debutado
en el Fémina de París con efusivos halagos del Figaro (“ejerce sobre el público
una especie de encantamiento”, 2 de octubre de 1928). Regresó a Francia en
1931, y firmó contrato con Paramount para filmar en Joinville. De esta etapa es
la película Luces de Buenos Aires: el público porteño obligaba a detener la
proyección, rebobinar y repetir varias veces la escena en la que Gardel canta Tomo y obligo.
Los ejecutivos de Paramount propician la
colaboración con Alfredo Le Pera, nacido en San Pablo pero criado en San Juan y
Boedo, ex estudiante de Medicina, ex periodista y autor teatral. Gardel
compartirá con Le Pera -como guionista- las dificultades de filmar películas de
ambiente y temática tanguera en el exterior (Joinville, Nueva York) y la tarea
febril de escribir canciones entre toma y toma, esto último con un resultado
imbatible: Volver, El día que me quieras, Soledad,Cuesta abajo, Por una cabeza, Lejana tierra mía, Sus ojos se cerraron, Golondrinas y más.
La National Broadcasting Corporation (NBC) de
Nueva York, donde debuta en Año Nuevo de 1934, es la plataforma continental
definitiva. Actúa con orquesta en una serie de emisiones que se extienden hasta
mayo, e incluye un programa extraordinario: el 5 de marzo canta desde Nueva
York, con sus guitarristas acompañándolo desde los estudios de LS5 Radio
Rivadavia. Después comienza en Long Island el rodaje deCuesta
abajo. El pianista Alberto Castellano, director musical de esa
película y de El tango
en Broadway, aseguró: “En mi vida olvidaré aquel infierno”, y
contó que sólo disponían de ocho días para filmar cada producción, en medio de
discusiones entre Le Pera y el director Louis Gasnier. La perspectiva de Le
Pera, después de cuatro rodajes en Long Island: “Yo le deseo a Carlos, a quien
quiero bien y en quien creo firmemente, una sola cosa: que no vuelva a hacer
películas en español fuera de la Argentina…” (carta a Adolfo R. Avilés, fechada
en 1935).
¿Qué planes tenía entonces Carlos? Todo indica
que evaluaba varios posibles escenarios. Pero a doña Berta, en carta de febrero
de 1935, le asegura que se reunirán “algún día no muy lejano, para no
separarnos más, y pensar solamente en nuestros buenos ‘piacheres’ en compañía
de buenos amigos, como dos viajeros que llegan al puerto de destino, después de
haber batallado por la vida”.
El 24 de junio de 1935, cerca de las
tres de la tarde, en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, el avión que
transportaba al cantor y su comitiva hacia Cali fue devorado por las llamas, después
de estrellarse, en medio de las maniobras de despegue, contra otra nave que
abandonaba su hangar.